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Custodios del Alma

 

 

por Madhana | 25 de Marzo de 2014

Deep_blue_by_july32Vivimos en un mundo lleno de contradicciones. Existe, por un lado, un gran avance tecnológico y una sociedad occidental que, innegablemente ha alcanzado altas cotas de bienestar, pero por otra parte se tiene la sensación de que el desarrollo de la mente en sus niveles más profundos está todavía por llegar, así como la capacidad para poner en práctica nuevas formas de actuar.

Ha habido una revolución copernicana, newtoniana, freudiana, de la física de partículas substómicas y tantas más. Aún cuando las neurociencias se adentran más y más en el órgano que nos hace humanos – el cerebro -, nos quedan por desentrañar los misterios de la conciencia.

Transformación interior

Hay sin embargo, muestras relevantes de seres humanos que nos han señalado el camino más noble y digno en la evolución de nuestra especie. Todos ellos, alejados de cualquier tipo de dogmatismo, nos han mostrado su singularidad, su autorrealización y  éstas no dependen de la formación o información adquirida en sus vidas, sino principalmente de la transformación de su vivencia interior.

Krishnamurti decía que la necesidad está, no en querer cambiar la sociedad, sino en el cambio del propio individuo, para que todo el conjunto social viva en mayor armonía y equilibrio, de los cuales parecemos carecer. Buddha, gran conocedor de la mente humana, enseñaba: “Para enderezar lo torcido debes hacer algo más difícil: enderezarte a ti mismo.” De ahí que cuando no somos capaces de cumplir con nuestra tarea principal, nos precipitamos en la angustia.

La palabra “angustia” – tan arraigada en nuestras vidas – está, según los lingüistas, en relación  directa con angosto, estrecho. Y es cuando el corazón se angosta y se ahoga en el egoísmo que el alma sufre. Inversamente, la alegría vital es pura expansividad y depende de un corazón valiente e íntegro, capaz de dar lo mejor de si mismo.

En este sentido cobran especial valor las palabras del premio Nobel de Medicina Sir John Eccles, cuando dice que “el altuismo es una de las glorias de la cultura humana y debe ser aprendido como aprendemos una lengua”. Se me ocurre pensar en impulsores y benefactores de este comportamiento en las figuras del Dalai Lama, Vicente Ferrer, Madre Teresa y tantos otros.

….Sin embargo, el ser humano vive apesadumbrado, sin abrir las compuertas de la compasión y el amor hacia los demás, que sería lo único que nos permitiría eludir la falta de alegría que a menudo nos ocasiona pensar en la existencia.Breathe_In_by_xThsIsRltyGregx

Estado mental del pensar

“Pensar” proviene de una voz latina que alude a la operación de pesar, y tiene múltiples significados – considerar, examinar, reflexionar, calcular, cavilar, rumiar…..”, unos más superficiales y otros más profundos, pero en definitiva, pensar, especialmente en occidente, ha llegado a convertirse en una actividad que no está exenta de una dolorosa melancolía, que puede llegar a deprimirnos y agobiarnos ante el peso inextricable de la existencia.

El modelo plástico de este estado psicomental está perfectamente plasmado en la obra El Pensador de Rodin, en la que la mano ayuda a soportar el terrible peso del pensamiento contenido en la cabeza. Pero el escultor francés ha trascendido la pura abstracción, el mero concepto, la simple idea del pensar, y ha sabido expresar un estado anímico mucho más complejo y moderno, algo realmente más íntimo y sutil: la pesadumbre y el malestar que acompaña también al pensamiento.

La sutileza del pensar en Oriente

Ahora bien, esta visión apesadumbrada del pensamiento responde a la concepción occidental, porque en otras culturas, especialmente en Oriente y en concreto en el arte indio, la gravedad y el dramatismo existencial no van ligados al acto de pensar, y podemos ver un ejemplo del distinto tratamiento de este asunto en la representación artística del Bodhisattva, que podríamos tomar como el equivalente oriental del Pensador de Rodin.

Estas figuras, los Bodhisattvas Padmapani (tomando como ejemplo los bronces de Cachemira de los siglos VII y VIII), muestran un modelo iconográfico muy distinto, se representan en actitud reflexiva, pero relajada, abierta y expansiva, que viene resaltada por la propia composición de líneas centrífugas, a diferencia del modelo occidental que responde a una concepción predominantemente centrípeta. El arte oriental se nos muestra plasmado de una ternura positiva y compasiva, mientras que en occidente se refleja en el arte una actitud más narcisista y egocéntrica.



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