Nuestro Centro está orientado a entregar herramientas para abandonar conscientemente el laberinto en que nos encontramos, es decir, nuestros conflictos y limitaciones de la vida diaria. De esta manera, mediante la práctica sostenida y la propia determinación, mejorar nuestra calidad de vida en abundancia y plenitud.

Dédalo fue un arquitecto de la isla de Creta, que a pedido del rey, construyó un laberinto para encerrar en él al Minotauro (ser con cuerpo de humano y cabeza de toro), fruto de la pasión de la reina de Creta con un toro blanco.

El laberinto era una maravilla arquitectónica del cual resultaba imposible escapar.

Todos los años el rey de Atenas debía enviar su mejor camada de jóvenes a la isla de Creta como tributo de guerra para ser ofrecidos al Minotauro. Uno de ellos, Teseo, hijo del rey de Atenas estaba entre los jóvenes a sacrificar. Ariadna, hija del rey de Creta de origen divino, se enamoró de Teseo y le entregó un hilo que se amarró en el pie para encontrar la salida del laberinto.

Con esta ayuda divina, Teseo logró salir luego de dar muerte al Minotauro y huyó con Ariadna a quien dejó olvidada en una isla ingratamente. Mientras tanto, el rey acusó injustamente al arquitecto Dédalo de haber ayudado a Teseo a abandonar el laberinto y lo encerró junto a su hijo Ícaro dentro de él.

En su encierro los dioses le inspiraron la idea de escapar, imitando el vuelo de los pájaros, construyendo un par de alas, utilizando plumas y cera derretida. Así lo hizo y remontó vuelo con su hijo sobre el laberinto.

Luego de decirle a Ícaro que no volase cerca del sol para que la cera no se derritiese, ni demasiado cerca del mar para que las plumas no se mojasen, ambos decidieron volar. Pero ante la exultante libertad, Ícaro olvidó los consejos de su padre y voló tan alto que el sol derritió sus alas y se precipitó al océano donde murió. Dédalo llegó a salvo a Sicilia donde permaneció gran parte de su vida.